sábado, 26 de noviembre de 2011

Viendo una peli de Bollywood en el salón de una casa india.


Viajé a Amritsar desde Dharamsala con Julia. Tres autobuses locales hasta llegar. Detrás de estas inofensivas palabras “autobús local en India” se esconde un significado oculto: baches, mas baches, botes, señora que se te sienta al lado y te clava el codo, señora que se te sienta al lado con dos niños y te coloca a uno encima, gente que sube y sube, haciéndote recordar El camarote de los hermanos Marx, vendedores de comidas picantes y chuches locales que consiguen pasar por huecos imposibles y bajarse del bus en marcha, adolescentes que te miran como si fueras el último pastel del mundo en un escaparte…




Esto que puede parecer una tortura (un poco, lo es) no se hace difícil. Pasas el tiempo alucinando con el sentido del espacio y la proximidad india, teniendo conversaciones en la que tú hablas en tu idioma y el otro en indi y medio te entiendes, observando las caras, los gestos, los colores de los saris y los turbantes, mirando por la ventanilla y dudando de si lo que ves está a medio hacer o medio derruido

La suerte fue que Julia, lo estaba viviendo exactamente igual que yo. Las últimas dos horas del viaje, Julia cogió en su regazo a un niño de unos tres años, la madre entró con él en brazos y no tenían asiento. Lo tenía abrazado con tanto amor, que cualquiera hubiera pensado que era suyo.
Al llegar a Amritsar, la madre agradecida, nos indicó el camino a seguir y compartimos un rickshaw, creímos entender que vivía cerca de la zona de El Golden Temple, que es a donde nos dirigíamos. Cuando paró el rickshaw, intuimos que lo que quería es invitarnos a tomar algo en su casa.

Cuando nos dimos cuenta, estábamos sentadas en una habitación, con toda la familia alrededor (unas diez personas) viendo una peli de Bollywood y con un chai tea en la mano.

El pequeño que Julia tuvo en sus brazos, era el absoluto protagonista de la casa y nos estuvo deleitando con unos bailes y unos gestos peliculeros. La casa era minúscula, dos habitaciones y un pasillo. Donde nosotros estábamos sentados tenían la cama, el frigo, la tele y unas sillas de plástico. En la habitación contigua parecía haber otra cama y un armario.
La intimidad y el sentido del espacio en este país, quizás sean de las cosas más diferentes a nosotros.
El derroche de generosidad y atenciones no tenía límites. Después del segundo té y agradeciéndoles con todos los gestos que se nos ocurrían, salimos en busca de guest house. En la puerta insistían en que nos quedáramos a dormir allí. Increíble.
Dos chavalillos de la familia, nos acompañaron hasta la zona de los hoteles cercana al Golden Temple, hubiera sido complicadísimo encontrar el camino a esas horas, serían como las 21h, ya de noche y tarde para moverse por callejones.
Llevábamos desde las 11h de la mañana danzando, entrar a la habitación fue una bendición. Julia se quedó en la cama y yo salí a picar algo y situarme un poco en nuestro nuevo destino. El caos diario de las ciudades indias, hace que por la noche el paisaje sea bastante inquietante y desolador. Amritsar, no era diferente en esto. C
aminar en ese momento en una ciudad te hace pensar “pero que leches hago yo aquí, con lo a gustito que estaría en…” Cuando amanece, pasan los días y este sitio te ofrece tantas, tantas cosas, que entiendes perfectamente porque has venido.

1 comentario:

  1. Que maravilla leerte, que recuerdos y que bien explicado... dan ganas hasta de volver a la India. Otra vez sera. Un abrazo gigante desde Saigon! Albert

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