martes, 15 de noviembre de 2011

Abriendo la primera página del libro. Rishikesh

Si el que inventó la expresión “nochecita toledana hubiera estado en el tren que me llevó a Haridwar, la frase hubiera llevado otro adjetivo. Pensaba estar unas horas en esta ciudad, dar una vuelta y seguir camino hacia Rishikesh, pero las riadas de gente que vi (se celebraba una fiesta local importante con ocasión de la luna llena) me hicieron cambiar de opinión e ir directamente a la estación de autobuses. Aquello era un caos. Ras, la chica israelí que conocí en el tren, Victoria, una valenciana que apareció por allí y un par de rusos nos pusimos a la tarea de tratar de descubrir que bus nos llevaría a nuestro destino. Imposible. Cada indio que preguntábamos nos indicaba un sitio distinto. No se cómo, acabamos subidos en un cacharro cochambroso en el que no cabía ni un alfiler.
Las caras de la foto, creo que lo dicen todo.
Para completar la escena, apareció un revisor con dotes de contorsionista, que iba sorteando personas y bultos, para cobrar las 23 rupias que costaba el viaje de una hora.
Al llegar al pueblo, nos tocó negociar con varios conductores de rickshaws. Nos pedían 100 rupias por cabeza, cuando a los locales que preguntamos les cobraban 5. Conseguimos finalmente pagar 30 (descubrí mas tarde, que el precio para turistas oscila entre 10 y 20 rupias Cualquiera de estas cantidades son absolutamente ridículas si las pasamos a euros, pero es importante adecuarse al valor local de las cosas y pagar lo que valen. Un ejercicio un poco cansado, pero fundamental para no sentirse el guiri estafado que va pagando tres o cuatro veces el valor real de lo que compra. Esto es parte del viaje. Al llegar a la ciudad nos separamos, habíamos pensado en sitios distintos para buscar alojamiento, seguras de que volveríamos a vernos por allí.
Llegar a mi guest house después de un buen rato caminando con la mochila, fue una bendición. El sitio, como suponía, era muy modesto, pero después de una ducha caliente todo me parecía maravilloso. El grifo del agua caliente me llegaba por la cintura, así que la postura que tuve que tener, no era precisamente para un anuncio de champú.
Limpia y vestida, pensé en echarme 5 minutos, que se convirtieron en 4 horas, el cansancio pudo mas que las ganas de conocer la ciudad. Cuando desperté, tenía hambre, fuerzas y una enorme curiosidad por saber cómo sería el lugar donde pasaría los siguientes días. Esa sensación es parecida a la que se tiene cuando se va a empezar un libro que apetece mucho leer. Me lancé a las calles abriendo la primera página.

1 comentario:

  1. Que me has dejao en ascuas!!!!!!! quiero saber más!!! uyyy!!! qué vicio estoy cogiendooooo con tu andaduraaa!!!!
    Cris

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