sábado, 12 de noviembre de 2011

Paciencia, infinita paciencia

De Madrid a Dubai, 6 horas y pico de vuelo; 3 o 4 horas en el aeropuerto de Dubai (donde se vende oro como si fueran bolsas de Matutano y mientras esperas y si tu bolsillo te lo permite, tomas caviar y champán … tan normal);un segundo avión, otras 3 o 4 horas, y en Delhi.
Ya en mi destino, probé suerte con el metro, hay una línea que te lleva a New Delhi Station. Increíble: barato, rápido y super moderno (es una línea nueva, muy recomendable para ir a la zona de Pahar Ganj). Salir a la calle fue un sock, la contaminación se mastica, coches, rickshaws, motos, gente por todos lados y ruido, mucho ruido. Un cocktail no muy aconsejable después de 15 horas de viaje.
Lo normal hubiera sido irme directamente a buscar alojamiento a Main Bazar, la calle donde están los hostales para mochileros, pero no, me armé de valor y me fui a la estación de trenes a comprar el billete para Haridwar, mi siguiente destino.
Ya me avisaron que las estaciones de trenes en India son lugares sórdidos y difíciles, pero no imaginé que lo fueran tanto. Busqué la International Tourist Bureau (oficina donde se vende los tickets a los turistas), ardua tarea. Indicaciones había, pero ninguna llevaba al sitio en cuestión. Pregunté varias veces, aquí todo el mundo te indica un camino, el problema es que cada uno te dice una cosa distinta. Después de que dos tipos intentaran el timo de decirme que la oficina estaba cerrada, para intentar conducirme a agencias privadas, decidí ponerme en la cola que hacían las mujeres, en algunas estaciones hay una ventanilla para “ladies”. Con mi mochila al hombro, pacientemente aguanté hora y media de cola con indias delante y detrás tan pegadas entre sí, que sientes que estás compartiendo hasta el ADN. Me convertí en la única occidental del lugar, así que aproveché para observar y aprender como es esta gente. Saris de colores brillantes, intensos ojos negros y gritos y discusiones entre ellos cuando alguno intentaba colarse. Al principio, asumí el papel de observadora, pero una vez que intimé con las mujeres que tenía pegadas, literalmente, delante y detrás, participé en la quejas y risas como una mas. Llegué a la ventanilla y después de tanta espera… no me vendieron el billete, la mujer tras el cristal me mandó a la planta de abajo. Paciencia, mucha paciencia, esta es la virtud que creo voy a desarrollar en este país.
En la planta de abajo, después de esperar otra cola, el empleado me dio un papel para que rellenase y me mando a la ventanilla contigua. Cuando lo hice, su vecino decidió darse un descanso paseando tranquilamente bajo mi atenta mirada. Por fin me atendió, hizo tres ridículos garabatos en el papel y me volvió a mandar a la primera ventanilla… paciencia, mucha paciencia. Cuando llegó mi turno, el tipo que me dio el papel, lo miró y me dijo que fuera al Internacional Tourist Bureau ¡¡¡¡¡eso es lo que llevaba intentando desde hace horas!!!!! ante mi cara de desesperación, me dijo que fuera a la platform 1. No puedo entender porque no me dijeron esto desde el principio. Respirando hondo, con toda la alegría que pude y las pocas fuerzas que me quedaban busqué el lugar.
Cuando llegué a la oficina, ordenada, limpia y con una fila de occidentales sentados y relajados, se me abrieron las puertas del cielo. Delante de mí, había dos catalanes que curiosamente también iban a Haridwar, una pareja muy majeta y muy catalana. Estaba decidida a pillar el primer tren que saliese y pasar el menor tiempo posible en esta ciudad. Lo único que quedaba era un tren nocturno en sleeper class a las 22.40h, aunque aún faltaban siete horas, no lo pensé y compré el billete.
Con el ticket en la cartera como un tesoro, me fui a Main Bazar a negociar el precio de una habitación para unas horas, necesitaba una ducha como el comer y necesitaba comer tanto como una ducha. Limpia y después de una estupenda comida, empecé a ver el encanto de este lugar y es que… el que no se contenta es porque no quiere.
Mi tren salía de otra estación, Old Delhi, a unos 5 km de donde estaba. Para llegar tome mi primer rickshaw. El tráfico de El Cairo o Bankgog es tranquilo comparado con el de Delhi, llegué a pensar que el conductor había perdido la chaveta, parece que te vas a chocar de frente con todo, los coches, rickshaws y motos pasan a escasos milímetros entre ellos y los peatones. Si no fuera por los saris, creo que paseando por las calles, las mujeres acabarían perfectamente depiladas.
Llegué a Old Delhi con tres horas de adelanto (una barbaridad, sí, pero con mi experiencia previa, no quería jugármela). Esta estación es enorme, hay maletas, bultos, comida y gente sentada en el suelo por todos lados. Dónde fueres, haz lo que vieres… así que busqué un trozito de suelo libre y me acomodé frente a un panel donde se supone aparecería la plataforma de donde salía mi tren. Era la única occidental, así que me convertí en el blanco de todas las miradas. Un mono en mitad de la Gran Vía no hubiera despertado tanta curiosidad.
Gracias al cielo, ni la paciencia ni la curiosidad me abandonaron, así que me dediqué a observar como los lugareños dormían, comían y como iba cambiando de vecinos. Mi tren por fin apareció en el panel, la plataforma estaba al final de la estación, de hecho era la última, con lo que tuve la oportunidad de ver lo gigantesco que era este sitio. El cuadro de gente apelotonada se repitió en mi andén, de vez en cuando vi a algún occidental con cara de susto, lo que no se si me tranquilizó mucho. Al rato se me acercó una chica israelí (Ras) que iba también a Haridwar, en el mismo vagón y en la litera de enfrente, ¡bien, una compañera de infortunios!
Parece que en Haridwar hay un festival, por eso hay tanta gente en el andén. Según mi nueva amiga, aunque siempre hay mucha gente (ella lleva un año viajando y 5 meses en India) tanta no es normal. El destino ha querido que mis primeras horas en India sean “de pata negra”.
Llega el tren y toda esta marabunta de gente empieza a moverse, la israelí me agarra de la mano y hacemos piña para subir al tren, dentro vemos como nuestra suite está ocupada por una amplia familia que nos sonríe con cara de “no deberíamos de estar aquí pero ni San Pedro nos va a mover del sitio” Por suerte, elegimos las literas de arriba que aún no habían sido ocupadas por nuestros vecinos. No tuvieron tanta suerte dos alemanas, propietarias de los lugares “okupados”, que obviamente a pesar de insistir no recuperaron, eso sí, las hicieron un huequito para que pasaran las siguientes 7 horas disfrutando del calor familiar. Llego un personaje, que no se si era el revisor o un militar, el caso es que la familia telerín tuvo que devolver su espacio a las alemanas, aunque no se libraron de, una vez acostadas y sin revisor a la vista, un par de indias se hicieran fuertes acurrucadas a los pies de su litera.
No me levanté en toda la noche ni para ir al baño, en parte por evitar perder mi sitio y en parte porque me daba una pereza horrible saltar entre toda la gente sentada por los pasillos.
Puede parecer una experiencia terrible, pero no fue así, ni mucho menos. Lo más importante es que no hay peligro ninguno, te sientes a pesar de lo desconocido, en un lugar seguro. Aunque todo fue caótico, no dejaba de ser fascinante compartir la India real con indios reales y ver que allí, el elemento extraño y sorprendente era yo.
Tapones, antifaz y a intentar dormir con un fondo de conversaciones en un idioma ajeno, llantos de niños, susurros de mujeres y un repaso de las imágenes surrealistas del día que me hicieron ir cayendo en el sueño con una sonrisa. Namaste

2 comentarios:

  1. Te sigo desde las antípodas, aventurera.
    Un besazo!

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  2. Poniéndome al día de las aventuras de Sunny Girl!!!
    madre mía la de respiraciones profundas que debería hacer yo jaja

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