martes, 6 de septiembre de 2011

Día 24: Me quedé sin palabras

A las 6 de la mañana los gallos empezaron su concierto matinal, al poco les acompañaron los niños y los ruidos familiares de la mañana. Aguanté una hora más en la cama y después de una ducha, digna de un resort de lujo (llena el cubo, mojaté, jabón y aclararse a cubazos de nuevo) me fui a desayunar y a esperar a Alberto.
Supusimos que el francés autista haría algún amago de venirse con nosotros y compartir la barca que entra en la cueva (es para tres personas), el tipo no nos dio ni los buenos días. Mi amigo Philippe creo que se ha llevado todo el encanto de Francia y ha dejado a los pobres gabachos sin una pizca de salero.
A las 9 nos adentramos en el parque natural de Phu Hin Bun y al poco vimos las barcas y la boca de la cueva Kong Lo. Chalecos salvavidas, linterna en mano y a subirnos de nuevo a estas barcas de papel, tienes la sensación de que si un boquerón la empuja, vuelca. Todavía recuerdo la primera vez que me subí y los nervios que pasé, ahora es ya como ir en un autobús de la EMT, y es que, a todo te acostumbras. Esta cueva es un túnel subterráneo natural de 7,5km en el corazón de una montaña caliza que no se parece a nada de lo que se pueda imaginar. Avanzamos río arriba y entramos por la gran e inquietante boca de la cueva. Según avanzamos la luz de la entrada se iba perdiendo, sólo veíamos lo que alumbraban nuestras linternas, y eso no era mucho. Al entrar al interior de la montaña, sin apenas luz, el ojo empieza a adivinar estalactitas. Es escalofriante cuando te adentras en algunos puntos que tienen 100 metros de altura, la luz no llega a iluminar la cúpula y te sientes muy pequeño. Es absolutamente imposible describir lo que se siente en ese momento, llevo un rato pensando en adjetivos que se acerquen, lo siento, no los encuentro. Sólo puedo decir que sentí una mezcla de desasosiego, felicidad, sorpresa y tremenda alegría de poder estar viviendo ese momento.
Después de unos cuarenta minutos navegando por las entrañas de la montaña, paramos en un punto y el guía encendió unas luces. Bajamos de la barca y caminamos un rato, alucinando con las caprichosas formaciones de la roca y las estalactitas. La Lonely dice que en este camino da la impresión de caminar por un plató antiguo de la Guerra de las Galaxias o de haber tomado drogas. Volvimos a la barca y al rato salimos por otra boca de la montaña. Paramos un rato en la orilla y allí estaban los alemanes (Simon y Andy) y su amigo coreano. Después de un rato de charla, volvimos al interior. Esta vez, el camino fue algo más serpenteante y en un momento me sobrecogí cuando la barca chocó con algún objeto que había en el agua. Pensé en lo que dice Alberto “Marta, estos tipos seguro que no quieren caer de la barca, así que harán lo posible para que no ocurra”, me tranquilicé. He de confesar, que casi todo el recorrido lo hice recitando un mantra hermoso que nos enseñó Lakhmi Chan en yoga, y esto hizo la experiencia mas intensa.
Creo que estuvimos como tres horas en las cuevas, tres horas absolutamente increíbles. El cántabro me recomendó visitar las cuevas de …. en su tierruca. Lo haré.
De nuevo en tierra, nos fuimos a comer con los alemanes. La oferta de la carta no era muy amplía, nos arriesgamos con un pollo con patatas que no estaba mal. Charla que te charla, en un momento dado, Simon me preguntó mi edad y ocurrió algo que me lleva pasando todo el viaje con toda la gente que he ido conociendo, y me encanta: cara de sorpresa y un Whaaaaaaaaaaaaat?!! Que subidón me da cuando ocurre esto. Tengo la sensación de que he sido feliz y afortunada a lo largo de mi vida y eso puede ser que te mantenga más joven.
Al poco nos visitó una mantis paseándose por la barandilla de madera que estaba junto a nosotros, Alberto, que es un “genio de la fotografía” le tiró esta estupenda foto en la que se puede ver hasta el carnet de identidad. Este chico tiene superpoderes, algunas de las mejores fotos que iré colgando son suyas. (¡va por ti, compañero!) Aquí una de las cosas curiosas que te puedes encontrar Me fui a echar una siesta, por el camino me encontré con unas mujeres que probablemente vendrías de trabajar en el campo, se pararon y me miraron como se hubiese caído de una nave espacial.
Cada paso ves algo que te sorprende… mujeres que compran en una camioneta, niños bañándose en el río o jugando con cualquier cosa que han encontrado, casas de madera y bambú con las puertas abiertas, gallos, patos, ocas, gatos, gallinas, insectos, vacas… mariposas del tamaño de un puño y colores imposibles. Todo esto en un escenario con el azul del cielo, el intenso verde de los campos de arroz y la montaña vigilándolo todo. Aquí normalmente la gente vive junto a su negocio, durante la cena, mientras comíamos, la familia estaba tumbada en unas esterillas viendo la tele. La caja tonta no falta ni en el lugar más humilde.
Me acerqué a unas preciosas niñas que estaban con los libros del cole y pasé un rato increíble, íbamos señalando los dibujos y con gestos y ruidos íbamos describiendo lo que veíamos. Ellas me iban diciendo el nombre de las cosas en su idioma y cuando yo lo repetía se partían de risa. En el centro y sur de Laos, y especialmente en las zonas más rurales, no se habla inglés… pero qué fácil es comunicarse con los niños.
Un día feliz y a dormir hasta que los gallos y nuestros caseros nos despierten con su rutina.
Creo que Dios empezó a hacer el mundo por aquí.

1 comentario:

  1. Como leer un libro de aventuras, me encanta leer lo mal que lo pasas, un beso enorme,Cesar

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