lunes, 12 de septiembre de 2011

Día 29-32: 4000 islas

Este lugar tiene un nombre tremendamente evocador, la imaginación vuela cuando lo oyes. El delta del Mekong se pasea caprichoso entre un brazo del tierra y forma islas, mas o menos pequeñas según vaya el cauce del río. Realmente sólo se visitan dos, Don Det y Don Kon. Después de pasar la noche en Don Det y un desayuno frente al río, nos fuimos caminando a Don Kon. Tres kilómetros con las mochilas, lloviendo y hundiendo los pies descalzos en el barro y los charcos. Buscamos el puente para cruzar y nos liamos un poco, parece que cogimos el camino más largo. Entramos por un campo de arroz a lo que parecía ser una guest house. Había ropa tendida y señales de vida humana, pero el rato que estuvimos no apareció nadie por allí. Al menos tuvimos un lugar donde cobijarnos cuando la lluvia fue más intensa. Este simpático personaje salió a saludarnos y estuvimos jugando un rato. Cuando nos fuimos se quedó llorando. Vimos a un hombre cruzar por un tramo del río, no parecía muy profundo, así que hicimos lo mismo. Al poco vimos el puente y desde él unos preciosos bungalows que nos llamaban a gritos. Pasamos la tarde dando una vuelta por Don Kon. Esta es una isla más tranquila, pero más bonita. Aquí se pueden ver un par de cataratas y se dice que también al delfín de… con la fuerza que baja el agua, los delfines creo que estarán haciendo calceta en algún lugar menos agitado. Al día siguiente, Alberto se fue a ver unas cataratas y yo decidí quedarme escribiendo, tenía una de esas mañanas en la que uno necesita estar sólo y convertirse por unas horas en un ser de gomaespuma. Lo conseguí, sentí perderme las cataratas, pero Alberto trajo unas fotos estupendas. Después de comer, nos dimos un paseo a las otras. Es sobrecogedor ver la fuerza del agua, creemos que podemos controlarlo todo, pero cuando te colocas delante de este espectáculo te das cuenta que estamos realmente indefensos ante la fuerza de la naturaleza. Después de un par de días en Don Kon, volvimos a Don Det, esta vez por el camino fácil. Esta isla está más animada de gente, aunque ahora en la temporada baja, se podían contar con los dedos los mochileros que andábamos por allí. Hay unos cuantos garitos que invitan al chill out, que es lo único que se puede hacer aquí Saliendo de la guest house, nos encontramos con Gal, el israelí de Pakse. El azar quiso que fuésemos a elegir el mismo lugar que él. No fue difícil decidir el sitio, la parte de atrás de las habitaciones daba a un enorme estanque con nenúfares y gigantes flores de loto. Vi a Gal bastante apagadillo, nada que ver con la chispa que tenía en Pakse, se le habrá pegado el “mood” de la isla. Dimos unas vueltas por las calles, saltando para evitar llenarnos de barro, algo bastante tonto, al final llegas con los pies pringosos. Alberto fue a conseguir algo de dinero, aquí, obviamente no hay cajeros, pero en uno de los guest house tienen una tpv con la que te cargan dinero a tu tarjeta cobrándote un 6%, es la única opción si te has quedado sin pasta. El día siguiente fue de relax, Alberto se quedó componiendo un tema (está haciendo una canción de cada país que visita, las he escuchado y son preciosas). Yo me fui a uno de los locales junto al río, que tenía wifi y estuve planeando el resto del viaje y escribiendo. Estamos un poco saturados de comida Lao y elegimos unas hamburguesas con patatas que me supieron a gloria. Esto son las 4000 islas, un lugar tranquilo que invita a no hacer nada, tumbarse y ver pasar el río y las barcas, beber BeerLao y conversar. El río baja rápido y el tiempo pasa despacio.

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