Cogimos sitio y empezó a subir gente, según subían, iban metiendo mas paquetes. En un momento estábamos rodeados de bolsas de dulces de colores, cajas, bolsas… cuando crees que no cabe nada más aparece un tipo que coloca un ventilador en un hueco o una niña que se sienta encima de un bulto. Eso era el camarote de los Hermanos Marx.
Ante este espectáculo, la única reacción posible es la risa y la paciencia. Sin darte cuenta se te pega el “mood” laosiano. Esta gente no se agobia ni se enfada si se tienen que apretar más de lo tolerable en un trasporte, bueno en general no se agobian por nada.
Pensábamos que a lo largo del camino el vehículo se iría vaciando de gente y de trastos. Lo cierto es que viajamos acompañados de todo ello hasta casi el final.
Gracias a dios sólo fueron unas tres horas de surrealismo, por fin llegamos a… Ya de noche, sobre las 7 estábamos en el embarcadero. Los barcos públicos que cruzan el río a una de las principales islas, Don Det, terminaban su servicio a las 18h, así que negociamos con un lugareño con cara de malo cruzar el río. De nuevo en barco de noche por el Mekong, lo voy a acabar cogiendo gusto.
En tierra, justo al lado del embarcadero encontramos una guest house baratita y con buena pinta. Dejar las mochilas y a cenar.
Nuestro primer paseo nocturno nos descubrió lo que iba a ser una constante en las islas: chanclas que se pegan al suelo, saltos para no meter los pies en los charcos o hundirlos en la tierra viscosa, todo para finalmente acabar siempre con los pies mojados y cubiertos de barro. Te acabas acostumbrando a ir caminando a saltos buscando tierra firme.
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