jueves, 11 de agosto de 2011

Día 1: Una de cal y otra de arena

Madrugón, a las 6 arriba. Ducha y a la T4. Facturar el equipaje es un alivio, porque me libro del peso de la mochila que esta vez solo ha pesado 7,5kg, pero también una inquietud por no saber si llegará a su destino. No termino de fiarme de que con la escala de por medio mis cosas lleguen a Bangkok. Miro mi mochila con cariño y cruzo los dedos. Antes de embarcar hago las gestiones por teléfono para contratar una tarifa de móvil mas barata, no tiene sentido que si no voy a usar el móvil en Asia, pague una tarifa plana e Internet. Llamadas para despedirme de la familia y de Alex y embarco hacia Amsterdam. Me toca sentarme al lado de dos cotorras que no paran de hablar en las dos horas de viaje, ¡qué cruz!
En el aeropuerto de Amsterdam comienza la aventura de la escala. Pregunto y me indican que vaya al mostrador de transfer T9, está en la otra punta del aeropuerto y me lleva unos 15 minutos llegar a paso ligero. Tengo dos horas hasta que salga el avión, pero hasta que no tenga la tarjeta de embarque no me quedo tranquila. En el mostrador no hay nadie de China Airlines y la chica que está allí me manda a la puerta de embarque, otra carrera para encontrarla, pero allí tampoco hay nadie de la compañía, que pueda decirme como conseguir mi tarjeta. Pruebo con las máquinas donde otros viajeros están sacando las suyas, nada, aquí tampoco la emiten. En un punto de información me mandan al mostrador T6 de KLM, que según parece tiene una alianza con China Airlines y se supone pueden ayudarme. Me avisan que corra, que tengo que embarcar en poco tiempo; a correr se ha dicho. Cuando llego hay cola, pero un ángel con uniforme de KLM me cuela al mostrador.
Cuando parece que lo voy a conseguir, la azafata que me atiende me pregunta qué si tengo visado. Al estar más de un mes, cree que me pueden poner problemas en Bangkok para entrar si no tengo una manera de demostrar que voy a ir a Laos y luego volver a Tailandia. Mantengo la calma mientras imagino mi mochila dando vueltas solitaria en la salida de equipajes, mientras yo trato de convencer a las autoridades tailandesas… El visado es parte del precio del billete de avión y no hay problema para entrar en el país, pero es cierto que solo se concede por un mes. Recurro a las respiraciones que hacemos en yoga y pienso en positivo, esta mujer comienza a leerme la normativa que confirma su teoría, pero en un arrebato de buena voluntad llama a algún compañero de China Airlines, que le indica que no hay problema en que emita el billete y me lo dé de una puñetera vez. Corro que me las pelo a la puerta de embarque. La gente está entrando pero la cola es larga, así que me da tiempo a comprar algo de comer para el avión, estoy con un vaso de soja desde que me he levantado y mi estómago se está empezando a encoger. Haciendo honor a la ciudad de los quesos, me compro uno de untar con unas galletitas. En la fila se demuestra que el concepto de higiene personal y tolerancia a los olores corporales es distinto en otros países, cruzo los dedos para que uno de los portadores del tufo que me está llegando no sea mi compañero de asiento.
Y después de toda la aventura, entro en el avión, una de cal y otra de arena: no se porqué pero… ¡tengo un asiento en business! Ni el mismo Mao va a conseguir moverme de aquí, me lo he ganado, sí señor. Ni me entero del viaje, entre las pelis que veo en la pantalla de mi asiento, las comidas y las horas que me paso durmiendo, cuando me quiero dar cuenta he llegado.
Sólo hace unos meses que estuve aquí, así que todo es familiar y fácil. Después de la cola de inmigración me voy a por mi mochila. He sentido lo mismo al verla que cuando me encontré con mi flamante asiento de business. Sacar dinero y a departures para coger un taxi, que es mas facil que en llegadas. Contrariamente a lo que me esperaba, el taxista decide no hacer más que un par de preguntas y me lleva a Khao San. Me voy derechita a Chanasonkrang, donde están las guest houses donde estuvimos en abril. Miro varias por la calle y finalmente me quedo con una habitación con baño en New Siam Guest House, el último hostal en el que estuve el viaje anterior. No es muy barato, 520 baths (unos 12€), pero es cómodo y está limpio. Esta noche necesitaré descansar bien. Con habitación y después de una ducha, hago una horita de yoga para empezar el día con las pilas cargadas. Mientras me tomo un plato de fruta en el restaurante del hostal (¡qué rica es la fruta aquí!) me organizo un poco el día.
Comienzo con un largo paseo por las calles de la zona, que me da “gusa”, así que me voy directa al puesto de Padtai y me como un plato hermoso sentada en un bordillo, mientras trato de adivinar la nacionalidad de los mochileros que van pasando por la calle. Completo la comida con un pincho de pollo de otro puesto callejero y me voy directita al restaurante del Wild Orchid. A Alex y a mi nos encantó este sitio, así que es el que he elegido para empezar este diario mientras me tomo unos capuccinos. Supongo que mis crónicas del viaje no serán tan extensas como esta, estoy haciendo tiempo hasta que pare la lluvia que ha empezado hace un rato. La verdad es que se agradece, el calor de hoy estaba siendo sofocante. El resto del día será tranquilo, comprar billete a Chang Mai, buscar por Internet un alojamiento allí, un masaje que vuelva a colocar los músculos en su sitio y un capricho… manicura y pedicura tailandesa, todo por unos 300 baths (unos 7€), un lujo asequible después de un día intenso.

2 comentarios:

  1. Me da mucha envidia: ese momento : estoy sola, en un sitio sorprendente, con un café y dispuesta a escribir lo que me plazca...me inspira mogollón!. Sortuda, más que sortuda!-

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  2. Ve Ud cómo el regalo de Comunica iba a estar a tu altura? Billete en Business como no podía ser de otra manera.

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