En nuestra cultura vivimos la muerte de manera bien distinta, siempre he creído que no nos enseñan a asimilar que es parte de la vida. Sabemos que está ahí, pero la mayor parte de la gente vive como si no se fuese a morir nunca, sin valorar que lo más preciado que tenemos es nuestro tiempo, nuestro ahora.
Sentados y después de un largo rato en silencio, hablamos sobre estos temas. Agradecí mucho tener alguien al lado, con la sensibilidad de saber que el silencio a veces es necesario cuando se está con alguien y de no sentirse incómodo.
Mientras hablábamos y a solo pocos metros de estos rituales funerarios, veíamos como la vida continuaba; hombres bañándose ceremoniosamente, niños jugando al cricket, shadus sentados fumando… Aquí se celebran en público los más íntimos rituales de vida y muerte.
He seleccionado algunas fotos, ni mi cámara ni mis habilidades fotográficas son muy buenas, pero servirán para mostrar algo parecido a lo que vi.
En los ghats de incineración no se pueden hacer fotos (tampoco hubiera podido), pero tengo esta que tire antes de entrar
El aarti es una ceremonia de culto al río bellísima en Varanasi, pero lo es más con luna llena
Otra cosa que merece la pena hacer es madrugar y coger un barquito para ver amanecer la ciudad desde el rio. A las 6.30 estábamos en el ghat principal, negociamos con uno de los muchos “cazaclientes” que ya estaban al acecho y nos subimos a una barca. Había una intensa niebla que hacía que el espectáculo fuera aun más hermoso.
A parte de la vida en los ghats, lo mejor que se puede hacer en Varanasi es perderse por sus callejuelas (llamadas galis), estrechas, llenas de color y de sorpresas… te da la sensación de que has entrado en un laberinto del que no sabes si vas a salir. El tráfico no puede pasar por aquí, no escuchar el continuo ruido de los cláxones es una bendición.
En los ghats, además de los "cazaclientes" hay muchos niños vendiendo flores en un cuenquito de hojas, con una vela encima.
Es para hacer una puja (ofrenda al rio) aunque ya llevo dos meses en este pais, me siguen sobrecogiendo los niños que mendigan o trabajan, intento no darles dinero o comprarles lo que venden... hay veces que no es posible. Una noche nos sentamos en las escaleras de un ghat y aparecio este chiquillo para vendernos unas flores, le dijimos que no pero se quedó por allí y charlamos un rato con él. Tenía una ternura y una inocencia en los ojos que te conmovia, nos contó que iba al cole y cuando salía iba a vender flores para ayudar a su madre, ese día no había vendido mucho, nos dijo que sabía que sus flores hoy no eran muy buenas... hablamos un buen rato con él y nos enamoramos de este niño. Finalmente le compramos unas flores e hicimos una puja pidiendo al río por él. Le dimos mas de lo que costaba, naturalmente, él no quería aceptarlo... impresionante. Junto a él había otro crío mas pequeño que también nos dió unas flores, cuando le fui a dar unas rupias, me dijo que no, que compartiría lo que le habiamos dado a su amigo. Estos momentos son conmovedores y se te enganchan dentro.
Llegó la hora de despedirse de Jeff y de esta ciudad y como siempre otro momento duro al que no acabo de acostumbrarme por muchas veces que se repita. Para colmo, mi tren salió con cuatro horas de retraso. Cuatro horas sentada sobre mi mochila en el andén, sin ganas de hacer nada mas que esperar. La estación estaba sucia, la gente alrededor también, habia ratas en las vías... el escenario perfecto para acompañar mi estado de ánimo.
Una ciudad intensa que me despedía de una manera intensa. ¡Hasta la próxima Varanasi!
domingo, 18 de diciembre de 2011
Intensa Varanasi
Cenando en Delhi
sábado, 17 de diciembre de 2011
Jaisalmer, la ciudad dorada
· Eric y Karima, belgas, han pedido un año de excedencia y están viajando por todo el mundo eligiendo sitios concretos en distintos países.
· Yasuaki un gracioso japonés que hablaba poco, pero que estaba siempre dispuesto a echar una mano.
· y Jeff un absoluto encanto que se convirtió en un gran amigo, él también es actor y ha dejado Nueva York para pasar un tiempo en Asia y Australia y comenzar una nueva etapa en Los Ángeles. Curioso que todos estuviéramos en un momento de cambio en nuestras vidas.
Pasamos la mayor parte de los dos siguientes días subidos en un camello. Lo que al principio tiene su gracia, después de muchas horas no tiene tanta. Las caras de mis compañeros los últimos momentos eran un poema. Mi cuerpo es pequeño y tengo mas nervio que fuerza, pero puedo decir que para mi no fue para tanto, no tuve agujetas y tampoco estaba muy cansada. Aunque sea canija, tengo muy buena resistencia.
Subida al camello, cuidé que mi espalda estuviera recta, no hacer demasiada presión con las piernas en el animal y disfrutar del paisaje y del sol del invierno indio. Si no estás tenso, el bamboleo del camello puede ser relajante. De vez en cuando, cerraba los ojos y me concentraba en el punto de la frente, sin pensar en nada, solo sintiendo el momento… genial.
Nuestro guía era un tipo fantástico, Delboy. Nos contó que un turista le bautizó con este nombre cuando empezó a trabajar en el desierto y con este nombre se ha quedado. Doce años haciendo el mismo trabajo y toda una vida sin conocer otra cosa que las arenas de su desierto. Con él iban dos críos increíbles; Yoga y Rahem. Con diez años, la inocencia de esta edad se mezclaba con la madurez prematura de los niños que empiezan a ganarse la vida tan pronto.
Con sus cuatro frases en inglés consiguieron encandilarnos a todos. Yoga me enamoró, me lo hubiese llevado conmigo. Era terriblemente tierno ver como imitaba los movimientos y expresiones de Delboy y parecía un pequeño hombre. Con una enorme sonrisa y sus ojazos negros nos preguntaba como estábamos para luego decir If you are ok, I´m doublé ok, thank you please. Para comérselo.
Los críos y Delboy nos cantaban de vez en cuando, ese soniquete nos acompañó los siguientes días y mas de una vez me he descubierto cantando los hitazos del desierto.
Cada tres o cuatro horas parábamos, los camellos descansaban y Delboy y los chicos preparaban Chai tea, chapati, noodles con verduras…
Gloria bendita comer estas viandas cocinadas al fuego en medio del desierto. Como nos dijo Delboy en la cena, estábamos disfrutando de un restaurante de cinco millones de estrellas, no hay guía Michelin que este a la altura.
En India everything is possible: en medio de ninguna parte, puede aparecer un chaval con un saco lleno de Kingfisher (la cerveza local) frías. Sí, he escrito bien, frías.
No se puede pedir más: un precioso atardecer en el desierto, unas cervezas y nuevos amigos disfrutando juntos.
Y cuando crees que las cosas no pueden ser mejores, llega la noche y se superan.
Preparamos un fuego para cocinar y calentarnos, la temperatura bajó muchos grados. Después de la cena, un grupo de gitanos del desierto vinieron, y tocaron y bailaron sus canciones.De nuevo momentazo.
Eran dos hombres y dos chavalitas. Preguntamos a Delboy cúal era el parentesco entre ellos, el pobre se hizo un lío y compuso una pintoresca familia en el que el padre de la chicas era también su hermano y tio del otro que a su vez era primo… nos echamos unas buenas risas con el follón familiar.
La cosa se animó y acabamos bailando alrededor del fuego con las chicas, mientras dábamos vueltas como peonzas, nos iban pidiendo que les diéramos los relojes, pulseras o collares que llevábamos.
Cuando este intento falló nos pidieron chocolate. No se llevaron ni una cosa ni otra, pero si una buena propina.
Dormimos sobre la arena del desierto, sobre mantas y en sacos de dormir y con más mantas encima. Me costó cerrar los ojos, no se duerme todos los días bajo un cielo cubierto de estrellas. Me desperté con la primera luz del día rodeada de camellos, amigos de distintas partes del mundo y otro hermoso día por delante.
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